viernes, 5 de octubre de 2018

El rincon de Mari Cruz


Hoy os traemos la primera parte de  un relato que ha compartido con nosotros una compañera.
Esperamos que os guste y gracias por este regalo Mari Cruz. 





Gané hace muchos años un concurso de 50 líneas en gallego, un diploma de honor por un dibujo y un concurso de diseño.

Esta novela está dedicada a todas las chicas del centro de día: Marisa, Sonia, Montse, Teresa, al jefe D. José, a la jefa Dña Ana y en especial a mi hija Ivette, a toda mi familia y amigos.
Yo no pretendo ser Rosalía de Castro ni Miguel de Cervantes Saavedra, solo que paséis un rato agradable leyendo.

Mari Cruz


Para Nieves, Conchita, Ana Ángeles, Laura, José, Zaida, las dos Sonias, que todos nos hemos ayudado mutuamente y también al desaparecido Santiago.

EL TREN



Esto sucedió en Granada hace bastantes años. Un joven de 20 años y una chica de 18, se subieron al mismo vagón.
 Él muy atento, le cogió la mano al subir, cosa que ella agradeció, una vez sentados y acomodados no sabían como romper el hielo, entonces él increpó:
- ¿cómo te llamas?
- Ivette, dijo ella, significa Beatriz.
- bonito nombre.
- ¿y tú cómo te llamas?
- yo me llamo Israel.
- que nombre más original parece como de un ángel o algo así.

Siguieron conversando largo rato pero ninguno de los dos hablaba de los amoríos que hubieran tenido.
Sus ojos eran cómplices de un sentimiento que empezaba a aflorar entre los 2, un sentimiento puro de adolescentes que no habían  conocido  el amor.
Israel era blanco de tez, moreno de cabello, ligeramente largo y los ojos verdes. 
Ella tenía una melena rizada y pelirroja, que le llegaba hasta la rodilla y unos ojillos azules con unas pequitas que le hacían parecer un poquillo traviesa.

- ¿a dónde vas? le preguntó a ella.
- a Londres a estudiar química.
- yo voy a estudiar derecho. Dijo Israel, también a Londres, pero...
- tengo miedo a suspender...
- no te preocupes, yo sacaba muy buenas notas  en química.

El tren continuaba su viaje, cuando Ivette se fijó y dijo:
- mira un ciervo, ¿te gustan los animales?.
- Sí.
-  a mi también, me gustaría  tener un perrito y un gatito.

Él le acarició lentamente la mejilla y ella se sonrojó. Se gustaban no lo podían negar, ella le preguntó: 
- Un chico como tu habrá tenido muchas novias.
- Ninguna
-  yo tampoco. 
A ninguno de los dos los habían besado. 
- No te apenes, dijo Israel, un día de estos te robaré un beso.

Sus ojos en su mirar eran poesía, se imaginaban cogidos de la mano y eso era prosa poética,  cuando ella se imaginaba un beso de él no dejaba de ser poesía, los besos que precedían a los abrazos como dijo un gran poeta, poesía eres tú.

Él  le hablaba así:
Tu piel de muñeca pecosa, parece porcelana nacarada.




Ella iba con un vestido de encaje blanco y amarillo hasta los pies y un bolso haciendo juego y también llevaba unas marquesitas blancas, él llevaba unos vaqueros lavados a la piedra.

Ambos eran altos y esbeltos, sus miradas los delataban. Ella coqueta, se dejó caer de un lado su tremenda melena. Él le dio un beso en la mejilla y siguieron conversando. Todavía les quedaba   mucho trecho  para llegar a Inglaterra.

- Un días de éstos  te robaré un beso, dijo él.
- O yo a ti, dijo ella.
- Sabes que Roma  al revés es amor, dijo él
- pues nunca lo había pensado pero es verdad.

Empezaban  a tirarse los tejos de forma descarada y aunque ella era algo tímida también  pecaba de  picarona, en un momento en el que llevaban dos horas en el tren, en un  arranque repentino  de pasión, la agarró muy lentamente por el cuello y acariciándole el pelo, la besó en la frente y luego en la boca, ella sintió un golpe en el estómago y él le dijo
- no tengas miedo.

Esas mariposas que se suelen sentir en el estómago se extendieron por todo el cuerpo, sueño e idílico de dos jóvenes que nunca habían conocido el amor y ahora empezaba a quererse.
Dentro de sus corazones se liberaban miles de estelas de luz y de calor, una explosión que despierta el granito. Algún día él le regalaría diamantes.

Tanto él como ella, no sabían lo que les depararía el destino, solo sabían que querían estar juntos el resto de sus vidas.
Aunque no podían  leerse el pensamiento los dos pensaban en el glorioso día en que harían el amor.


Aunque faltaba mucho trayecto para llegar a Londres,  ellos mataban el tiempo hablando y mirando el paisaje.
- Mira, dijo Ivette, cuántos arboles, me gustaría verlos cubiertos de nieve, cuántas mariposas  de todos los colores y qué grandes
- no me gustan los coleccionistas  de mariposas.
- a mi tampoco, asintió Israel.

Sus ojillos de adolescentes, rechazaban mirarse a los ojos. 
- Mira, dijo ella, cuántas palomas blancas, sus mensajes de la paz, ¿te acuerdas de la gaviota que murió en mi ventana con el corazón hacia adentro? no se si te lo he contado.
-¡Qué cosas mas extrañas ocurren! dijo Israel, cambiando de tema,
¿te gusta Rosalía?
- por supuesto dijo ella.
- te voy a leer algo que escribí sobre ella, es todo fantasía y dice así.:

"a Rosalía"

de la más pura gota de lluvia, cuando las estrellas brillan con fulgor, fue a dar un rosal florido con flores multicolor, de la rama más alta del rosal, escuchó una vocecilla  que decía así:


- ¡ay campanilla, he visto caer la gota de agua en la rosa blanca; ahí está la niña a la que pondremos por nombre Rosalía.

 El nombre se lo puso la rosa  más grande del rosal, en convenio con campanilla, Rosalía se alimentaba del néctar de las flores y cuando fue más grande  de frutas silvestres.
La rosa más grande le enseñó a leer y a escribir. Escribió un poema a los  9 añitos que decía así: 

"La nieve"

La nieve, blanca y pura como la flor de Lis, adorna el dulce paisaje de las bellas praderas y en la eterna armonía del día para encanto, amor, paz y alegría, a la puesta del sol hemos visto la nieve, tan hermosa y tan pura que parece que brilla su encanto, junto a un riachuelo, deshaciéndose en hielo crece en espesor y anhelo.


Ivette le escribió una canción a Israel:

"La Paloma"

Desliza tus cabellos sobre mi regazo y deja que tus destellos cubran de luz la noche somnolienta, que el manto negro del cielo, refleje las estrellas en tus ojos claros y dime a cuál de ellas le has robado su brillar.
Despierta mi amor al alba, al abrir tus ojos que se ilumine la noche con tu mirar, mientras mueves las alas tu paloma llama y 
llévame en tu cola hacia la cumbre, acaríciame, con tu severa voz y
curáme como cura las sirenas a los duendes, ven conmigo a volar 
sirena clara, y déjame galopar en tus entrañas.

Vida y calor, un buen día, cruzando tierras y buscando el mar en busca del soñado bienestar, no lejos  sobre el lomo de los montes, hace guiños al sol alegremente tiñiendo de carmesí y de oro puro, nubecillas sonrientes.
(esto no es mio, lo escribió  mi marido que en paz descanse. Ricardo Araújo).



Continuaremos con este relato en otra próxima entrada. 














1 comentario:

  1. Vaia, que bonito!
    Nunca deixarei de sorprenderme pola capacidade literaria da xente, parécme un talento incrible.

    Moita Felicidades a Mari Cruz,
    Estou desexando ler a segunda parte!

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