sábado, 22 de diciembre de 2018

Segunda entrega: El tren

Prosigamos con la novela:


Tenían por bandera  el amor que se procesaban y la inmensidad de sus miradas los hacía fuertes ante la  adversidad, levantando a cada paso un muro de cordialidad, que les hacía invencibles en lo más inhóspito de la vida.

Ambos eran buenas personas, de carácter fuerte  pero templaditos.
Empezaban a quererse  con toda la paz que la Virgen pudiera darles.
Todavía no habían conocido el amor.
Cuando se desperezaban por la mañana soñaban los dos con la guerra de sus cuerpos.
Soñaban que estaban esculpidos en la luna haciendo el amor.

Pero cambiemos de tema, tenían que ir a  pasar las navidades a sus casas y decidieron  escribirse cuentos.
Después de darse el beso más grande de mundo se fueron para sus casas, él le escribió uno que se tituló:

"La estancia"


En una preciosa casa con dos farolas y una puerta de granito vivía una niña llamada Isabel, para ser más concretos Ana Isabel.
La casa la había heredado de sus antepasados, las cortinas eran de terciopelo, bordadas en oro, el suelo era de mármol, las puertas de castaño, las bañeras eran de nácar  y la grifería de oro macizo, las lámparas eran de platino con piedras preciosas, pero un desgraciado día del mes de noviembre los padres fallecieron en un trágico accidente.
La pobre Ana Isabel no hacía más que sollozar, un buen día llamó a su puerta un mendigo, al que ella reconoció rápidamente.
- ¡Adrián!, le dijo, ¿qué te ha pasado?.

Adrián  era cirujano y ella abogada, hacía mucho tiempo que se conocían y ella siempre se había fijado en él aunque ella era algo más joven, cuando estaba en el instituto él ya estaba en la facultad.
- Pero, ¡pasa!,  le dijo Ana Isabel, te preparo algo de comer mientras tú te duchas, creo que la ropa de mi padre te servirá.
- muchas gracias por tu hospitalidad, pero cuéntame cómo has llegado a ésto.
- nada, un médico que me tenia muy mala saña, dijo que  había matado al paciente y me expulsaron del hospital.
no se si dije, que ella estudiaba para abogado y en un pis pas se solucionó todo.
 Él se asombraba de aquella casa tan lujosa y así se lo dijo.
- la heredé de unos antepasados que eran marqueses.
- mi lujo es tenerte aquí conmigo, dijo él.
- Yo también te quiero, dijo ella.


Las  horas pasaban  sin que ninguno de los dos dejara de clavar las 
pupilas en el otro.
Ambos iban ataviados con sus mejores trajes y llegó el día en que llegaban a Londres por primera vez y para sorpresa de Ivette, Israel  la agarró fuertemente de la mano y nada más llegar a Inglaterra se encontraron con un burguer y sin mediar palabra los dos entendieron.
- ¿qué vas a tomar?, dijo Israel.
- yo tomaré unos nuggets de pollo, unas patatas fritas, un sándwich de pescado y una coca cola.
-Yo tomaré lo mismo. 
Salieron de allí satisfechos y ella dijo la próxima vez pago yo, se pusieron las botas. 

- Vamos a buscar la universidad, yo me defiendo con el inglés y además el que tiene lengua va a Roma.  Le dijo ella con cara de picarona, no sé si te había dicho que Roma al revés es amor.
- no se si me lo habías dicho, pero es verdad.
 Se estaban haciendo novios, no recuerdo si ya se habían besado, pero ella en un arranque de locura incontrolable lo agarró por los cabellos y lo besó en la boca, los dos sintieron una corriente eléctrica por todo el cuerpo.

Preguntaron por la universidad y la encontraron enseguida. Cuando llegaron el socorrista, pues allí había una piscina les preguntó  si  iban a estudiar allí, a lo que ambos asintieron.
-Ahí tenéis los bañadores  si sabéis nadar, el agua de la piscina está templada. 
Echaron una carrera a crol y otra de espaldas, dieron cincuenta mil piruetas en el agua pues los eran buenos nadadores.
Amelio, el socorrista, desconfiado, entró para ver lo que hacían y los encontró uno en brazos del otro.



Amelio, se marchó meneando la cabeza y diciendo "aquí hay tomate".

Se les ocurrió viajar un poco mientras no comenzaban las clases. Cogieron un autobús y se fueron al Támesis, llevaban una toalla grande, había barcas para alquilar y remando, remando cruzaron  el río, se encontraron con muchos árboles y animalillos salvajes. Se encontraron una especie de conejo de indias e hicieron amistad con él y se lo llevaron en la barca. Éste a pesar de vivir entre animales salvajes era mansito, entre todos encontraron que alegraban la estancia. 


A Israel se le ocurrió comprar una guitarra eléctrica y española: 
- Iré a algunas clases; 
- Yo iré contigo dijo Ivette.   

- Por navidades, cuando nos vayamos con nuestras familias, yo te escribiré cuentos, dijo ella, 
- Y yo a ti, dijo él.

Se estaba poniendo el sol:
- Tienes los ojos azules como el cielo, le dijo él.
- Y tú verde es como el mar. 


Aún faltaban dos meses para empezar las clases y fueron al cine, al teatro y también a un lago con  una buena tremenda cascada por la que se deslizaban las gotas en picado. 
Fueron a comprar una barra de pan y se la dieron por la mano.

- ¿Te das cuenta de que el que va al triangulo de las Bermudas  no vuelve jamas? 
- Yo cuando era pequeña quería ir, ¡que osadía!, dijo el.
- Pues ya sabes  a donde me quería ir, al Amazonas, dijo el.
- Se está quedando sin vegetación, dijo ella.
- Han talado muchos árboles, es un delito lo que estamos haciendo con el planeta, los agujeros negros del sol los hemos provocado nosotros. 
- ¡Tantos asesinatos! Como dicen los hipies "haz el amor y no la guerra" ... algún día lo haremos. 

- ¿Qué te parece si vamos a la piscina? 
- Me parece muy bien, dijo Ivette, 
- Es muy  bonito el bañador que escogiste para ir a la piscina de color fucsia con un cinturón negro brillante. 
- Pues el tuyo tampoco esta nada mal.
- Tienes unas piernas preciosas, 
- Pues anda que las tuyas, dijo él. 
- Me gustaría tenerlas cerca de las tuyas.
- Pues ven aquí, dijo el y ella lo cogió en brazos.
- Así no me pesas, haber que te cojo yo a ti.  



El salvavidas que estaba observando dijo "Aquí hay feeling". 
Sus ojillos en el agua brillaban como las propias estrellas, estaban besándose, solo Dios sabe lo que ellos sentían.  
Por un lado de la piscina empezó a llover y por el otro salió el sol con un arco iris grandioso que iluminaba toda la piscina. 

¡Parecían Kent  y Barbie! 

(Esta novela esta dedicada a mi hija Ivette que es todo corazón, la quiero con todo corazón y aun que tuviera 50 años seguiría siendo mi niña).










1 comentario:

  1. Es un relato muy romántico y dulce, a ver como llegan al final los protagonistas.

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